jueves, 27 de septiembre de 2012

EL FANTASMA SOLITARIO

Érase que se era, que en buena hora sea, un fantasma al que le gustaba mucho viajar, un día se fue al espacio con su nave espacial y allí estuvo muchísimo tiempo y ya estaba cansado de ver siempre lo mismo: planetas, meteoritos, satélites... Entonces, decidió que iría con su puerta mágica al Planeta Tierra, que le parecía muy bonito desde su vista del espacio. Primero, recorrió muchos lugares. Vio grandes ciudades con edicios gigantescos y monumentos impresionantes. Disfrutó viendo una torre inclinada, otra de hierro, inmensas pirámides de piedra, calles por donde corría el agua, templos e iglesias espléndidos. En la mayoría de los sitios se sorprendió bastante porque vio que había unos seres (personas, tenía entendido que se llamaban) que parecía que algo se les escapaba o que siempre estaban huyendo, pues iban muy deprisa en todas direcciones. En cambio anduvo por otras zonas casi desérticas. Algunas eran extensiones totalmente verdes, también había enormes montañas, mares y océanos que ocupaban la mayor parte del planeta. Se sorprendió ante paisajes repletos de arenas.
Aunque contempló una variedad espléndida de cosas, nada le emocionó tanto como un lugar en el que descubrió personas pequeñas (¿serían niños?) que estaban jugando y divertiéndose. El, acostumbrado a estar siempre solo, deseó como nunca permanecer junto a ellos. Se acercó, poco a poco y cada vez más asustado, temiendo que lo descubrieran. Sorprendido notó que nadie se daba cuenta de su presencia. Así pasó horas sin parar. De repente, entendió qué pasaba: ¡era un fantasma, y por tando invisible! Acababa de averiguar que aquello era lo que más feliz lo hacía. Ya sabía cómo iba a entretenerse a partir de entonces. Y se acabó este cuento con sal y pimiento y rabanillo tuerto.

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